martes, 23 de abril de 2013

23/4/13

23/4/13
 
Querido desconocido:
 
Por más que lavo mis manos la sangre sigue ahí.
He matado, no me lo puedo creer. Lo peor de todo es que la voz me aplaude y me incita a volverlo a hacer, y yo obedezco.
No puedo evitarlo. Cuando mato, por un instante, me siento en la cima, como si nada ni nadie pudiera vencerme; como si tomara una especie de éxtasis, solo que los remordimientos son peor que la resaca.
Ya van cuatro más.
El día diecinueve una chica de pelo negro y ojos verdes tuvo la mala suerte de toparse conmigo. ¿Sabes cuánto medía su intestino delgado? Yo lo descubrí mientras ella se retorcía de dolor.
El día veinte un ancianito paseaba por delante de casa, cada articulación de su cuerpo quedo reducida a polvo. Los martillos sirven para algo más que clavar clavos.
El día veintiuno una mujer de unos treinta años perdió la cabeza.
Ayer una adolescente con mechas rosas, tatuajes y piercings se equivocó de casa y vino buscando a un tal Toby. Me temo que Toby no volverá a verla, está tumbada en el pasillo del espejo con diez cuchillos clavados en el torso.
Solo puedo pensar en matar una y otra vez, de las formas más macabras que puedas imaginar.
Su voz me parece menos peligrosa ahora, quizás solo me quiera ayudar o quizás sea verdad que estoy matando a personas inocentes.
Tengo miedo de mi misma y de lo que puedo llegar a hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario